Carlos Patiño, Don Calo, fue un reportero inquieto en el desaparecido vespertino Última Hora. Debido a su calidad alcanzó con rapidez la jefatura de informaciones. Desde ahí construyó una historia personal de leyenda. Don Calo vivió como un ermitaño en medio de la bulliciosa y densa Lima.

Justo Linares no solo nos ha regalado algunos capítulos de las singulares vivencias de Don Calo. También comunicó a través de los medios a su alcance la noticia del fallecimiento y no paró hasta organizar una misa de honras en memoria del gran amigo y especial integrante de esta grey de escribas sin horario.

el caballero de la noche

Por Justo Linares*

Cuando se recuerde el paso rumboso de Carlos Patiño Aguirre por el periodismo, habrá que citar, por encima de todo, su ánimo por la originalidad y la ampulosidad en la noticia. En lo personal, su notable afición, egolátrica, por la perfección física, la ilustración y la cultura. Si todo esto no lo define en lo profesional y lo personal, habrá que decir, sin subterfugios, que gustó en demasía del periodismo policial y que jamás definió si gastar más su tiempo diario entre la sala de Redacción o el refugio nocturno rodeado de hetairas.

Fue a la vez galán y caballero de la noche. Pero gracias a su preocupado trajinar por el sistema nervioso del Diario Última Hora, fue durante más de veinte años el responsable de convertir ese periódico en el más popular vespertino de todos los tiempos en el Perú.

Su obseso paso por el único rotativo que amó en vida, fue puntual: Llegaba a las diez de la mañana y despachaba uno a uno con sus cinco o seis redactores. Les instruía con prolijidad de joyero respecto de los proyectos de noticia que les confiaba. A la una o, a lo más, a las dos de la tarde se retiraba a almorzar. Y volvía, fresco por la siesta, a la entradita de la noche. Ya para entonces, tenía la producción reporteril que él revisaba con minuciosidad, provisto de su tijera mental para quitar o añadir detalles de la información tal cual él la había preconcebido. Si a su criterio era necesario reescribirla, pues era tarea de su absoluta competencia.

Esa labor comprendía revisar las fotos de la jornada y colocarles la respectiva leyenda, incluyendo un titular tentativo. Para abreviar el criterio del editor Alfredo “Pío” Fernández Cano, colocaba cada información según creyera que era la más importante, lo que en argot periodístico se llama “la abridora”.

Era el momento en que Patiño se introducía en carne, hueso y alma en la producción informativa. En ese instante de éxtasis, nadie podía ni debía interrumpirle. Pero avanzaba la hora. Eran las diez de la noche y el coro de seis miembros de la mesa de edición, empezaba un reclamo rítmico e implacable:

--¿Ya, putón…? ¿Ya putón…?

A eso de las once, había alivio unánime. Era la hora en que Patiño ponía en mesa un alto aproximado de veinte centímetros de alto con toda la información del día. Entonces, Don Calo exclamaba satisfecho...

--Ya Pío… aquí está el bodoque…

A partir de ese momento, él entraba en la vorágine de su soltería empedernida. Buscaba indemnización inmediata de su entrega al periodismo. Y se entregaba, en algún casa (de citas) situada discretamente en barrios camino al Callao, al amor tarifado al centaveo.

Sus reporteros le acompañábamos en disciplinada comparsa. Prefería esa compañía y no al selecto grupo de periodistas de otro cuño editorial que buscaban amparo en el mundo de las boites de moda y la compañía de las vedettes del momento.

Patiño no era amigo del exceso de alcohol. Su diccionario de nocherniego no tenía la palabra “droga”. No la necesitaba si era bailarín, buen conversador, galante y amigo del halago de su propia persona. Sus compañeros de trabajo le habían creado la leyenda de “buen pagador del amor” por cuya razón le conocían al interior de Última Hora como “Gastón”.

No se le conocían enemigos y tampoco amigos a raudales. Cuando el uno de mayo de 1963 ingresé al periódico y me pusieron a su disposición me dio su primera lección: ser celoso con “mi noticia”, mejor si es exclusiva. “No compartirla ni con tu santa madrecita”

Tenía un viejo resabio con los colegas de La Prensa. Venía de inicios de su carrera en Última Hora, en abril de 1953, cuando viajó acompañado del fotógrafo Pedro Cruz, a Anco, un remoto paraje de la sierra norte limeña, en donde dos sujetos asesinaron con extrema crueldad a cuatro miembros de una familia. La misión coincidió con igual propósito de los periodistas de La Prensa, Miguel Tapia y el fotógrafo Ricardo Chávez.

Los cuatro viajaron en auto hasta el distrito de Sayán desde donde un guía los condujo hasta una cabaña situada a tres horas de Anco. Ya era bien entrada la noche. El dueño aceptó guarecerlos, pero les advirtió que para llegar a Anco era necesario cuatro caballos y él solo tenía uno. Todos se fueron a dormir esperando llegar a un acuerdo a la mañana siguiente.

Sin embargo, Tapia rompió el tácito acuerdo y muy de madrugada se levantó y salió en el único caballo, acompañado del fotógrafo y el guía. Cuando Patiño despertó y se enteró de la trastada, comprendió que no había sido vencido por un amigo, sino por un colega de la “maldita competencia”.

Fue la gran lección que le dio la vida. Ese episodio le persiguió como un perenne rescoldo que trasmitió a sus subordinados: jamás confiarse. Guardar su dato, su noticia con más celo que su propia existencia. Don Calo recordaba que en medio de la inmensidad de la puna, lloró inconsolable, condenándose por iluso.

Sin embargo, alguien desde más allá del cielo le dio la mano. Resulta que cuando Tapia llegó a Anco, hacía un par de horas que tres policías se habían llevado a los criminales, bajando la puna por otro camino, llegando, ¡oh Dios!, al punto donde Patiño rumiaba su rabia.

Ahora, los siete bajaron hacia Sayán en donde tomaron un camioncito que los llevó hasta Huaura. En todo el camino, Patiño entrevistó a Aquiles Ricapa y Lucio Tolentino y redondeó una cobertura noticiosa verdaderamente de leyenda.

Así fue cumpliendo su tarea de veintiún años como jefe de Informaciones, con un récord envidiable: nunca sancionó a ninguno de sus subalternos. El peor de los castigos tenía una medición especial, es decir no nos invitaba a compartir “su noche”. Una pena que ahora duerma la noche eterna.

Es Justo.

nota de carlos patiño en última hora. por error le pusieron germán. corría el año de 1953.

don calo es noticia

Con profunda aflicción, debemos informar que nuestro gran colega CARLOS ALBERTO PATIÑO AGUIRRE, ha fallecido en Lima. Es mayor el pesar pues el popular “Don Calo”, por muchos años jefe de Informaciones de ÚLTIMA HORA, murió a los 86 años de edad, el 24 de junio de 2014, sin despedirse ni permitirnos despedirnos de él. 

No tuvimos oportuno conocimiento de la luctuosa noticia debido a que el querido y respetado colega vivió como anacoreta, siempre solo, excepto el tiempo en que estuvo casado, es decir unos treinta años. Es más, nunca habló respecto de su familia, más propiamente sus ascendientes y parientes colaterales. En su relación conyugal no tuvo hijos.

Salvo su espectacular matrimonio en 1968, jamás hizo alusión alguna a su vida de esponsales. Solo muy pocos de sus amigos y colegas, supieron que su esposa sufrió un grave accidente cerebro vascular que la incapacitó totalmente. Los últimos años de su vida en pareja los vivió enteramente al lado de ella.

Para la reunión anual de los periodistas de ÚLTIMA HORA, en enero de 2015, le llamamos insistentemente para invitarle, por teléfono (y celular), y le escribimos correos electrónicos, sin respuesta alguna.

Frente a ese silencio, resolvimos acercamos a su departamento de la segunda cuadra del jirón Pirandello, San Borja. Nadie respondió. El edificio carecía de personal de administración, de modo que llamamos al vecino que nos respondió destempladamente, aduciendo que nada sabía acerca de nuestra pregunta.

Ante esta circunstancia, acudimos a la más cercana caseta de guardianía del barrio. La persona que nos atendió solo nos dijo que aproximadamente medio año antes, la tranquilidad del barrio fue alterada por la presencia de vehículos de servicio médico-asistencial en el edificio señalado.

RENIEC ha confirmado la triste nueva.

Si hay alguien que estuvo más cerca del éxito del vespertino de Baquíjano, él fue Carlos Patiño. Ingresó a principios de 1953 cuando estudiaba Derecho en San Marcos, Universidad a la cual entró en 1948.

Fue Ricardo Miranda Tarrillo, periodista de La Prensa, que le tentó para ocupar un cargo de redactor en ÚLTIMA HORA. Ambos estudiaban abogacía. Por entonces, Patiño era orfebre.

Don Calo se adaptó rápidamente al medio prevaleciente en UH, entonces un rotativo que había roto los esquemas del periodismo, impregnándole una propia personalidad querendona, ágil, familiar, alegre, criolla. ÚLTIMA HORA está considerado como el más popular diario de todos los tiempos en el Perú.

Internamente, el periódico era “una fiesta diaria”. Se decía que producirlo era “participar en una jarana diaria”. La gente se familiarizó y estrechó vínculos porque, tal vez, contribuyó un hecho sustancial: su personal era formado exclusivamente por periodistas.

Para explicarlo hay que señalar que fue el mejor negocio de La Prensa, empresa madre que por sumas crecidas le proveía de todo tipo de servicios, alquiler de oficinas, de personal administrativo, muebles, enseres, imprenta y distribución. No es un secreto que la solvente economía de UH salvó oportunamente “a Baquíjano”

Fue ese el medio que sirvió de catapulta a Patiño. En 1953 alcanzó con suma rapidez la jefatura de Informaciones Locales, cargo que solo perdió cuando en 1974 el periódico fue intervenido por el gobierno militar del general Velasco, para ser objeto del fallido intento de servir a un “sector organizado de la población”.

Fueron veintiún años de una vida de creación intensa para Patiño Aguirre. Tenía que renovarse a diario para evitar caer en el facilismo de hacer periodismo común y corriente. Él vivía con igual intensidad la exigencia competitiva del día, con la lujuria bohemia de la noche.

El personal (hablando así, en genérico para evitar sindicación alguna) que tomó el periódico en el madrugón del 27 de julio de 1974, le sometió a una humillación que fue imposible de soslayar para Don Calo. Fue enviado al cuerpo de redactores, como uno más para cumplir coberturas informativas corrientes, del día.

Al volver con su producción, él cumplía con escribir las crónicas, a su estilo, rápido y nada ortodoxo. Luego, ese material pasaba a ser reescrito. El nuevo texto era publicado en lugares preferentes, con el orondo título de “por CARLOS PATIÑO”.

Poco duró ese triste y silencioso suplicio. Para entonces, “los revolucionarios” habían matado a borrador limpio, “por alienantes” a personajes que--como Patiño-- fueron igualmente queridos, singulares y ciento por ciento “ultimahoreros”, es decir Sampietri, Chabuca y Serrucho.

Con total propiedad hay que decir que Don Calo se fue con el trío para nunca volver. Regresó a las aulas universitarias en 1974 para completar el escaso tiempo que le faltaba para obtener su licenciatura en Derecho Penal. Para desempeñar su nueva profesión, encontró refugio en el bufete de un excepcional periodista-abogado, Lucho Loli.

La única rabia y desconcierto que nos ha generado su silenciosa y misteriosa partida, es que jamás supimos que se había ido para siempre. Nos privó de la obligación de amigo de verle y despedirle en el umbral del viaje eterno. Fue el suyo un tránsito sin consentimiento y, peor, sin conocimiento.

El ahogado grito sale del corazón para decirle a destiempo…¡Hasta siempre Don Calo…Que Viva Don Calo…!

Es Justo.


AL REENCUENTRO CON CARLOS PATIÑO

Pese a que le tuvimos enorme afecto y consideración, por desgracia nuestra pasó absolutamente inadvertida la muerte de don Carlos Patiño Aguirre, recordado y querido jefe de Informaciones del Diario Última Hora, al cual brindó sus servicios mientras ejerció el periodismo entre 1953 y 1974. 

El fallecimiento acaeció el 24 de junio de 2014 y recién hace pocos días pudimos conocer la desgracia. Sin embargo, no sabemos las circunstancias de su sensible desaparición, ni el lugar donde reposan sus restos mortales. No desmayaremos hasta encontrar el sitio de su descanso eterno.

El trato desconsiderado y humillante al cual fue sometido por quienes con nocturnidad y alevosía asaltaron las instalaciones del periódico, la madrugada del 27 de julio de 1974, obligó a Don Calo a retirarse en silencio de la profesión en la que sin duda fue un as.

Se dedicó entonces a concluir sus estudios de Derecho en la Universidad de San Marcos en donde conoció, allá por 1948, a quien fuera la persona de toda su admiración, Carlos Enrique Melgar, fulgurante y espectacular líder estudiantil, parlamentario de facilísima palabra, abogado penalista y patrocinador de sonados casos judiciales.

Para ayudar a sufragar sus estudios, Don Calo fue orfebre. Hubo un anecdótico suceso que casi cambió su vida, su encuentro en el inicio de su carrera periodística, con el maestro de billar, Adolfo Vicuña, que enseñaba los secretos de la mesa verde, en el exclusivo Club Nacional.

Contaba que Vicuña tuvo diferencias con una persona muy culta, quien le llenó de insultos, con adjetivos calificativos que no se usan en el habla de costumbre. Todos quienes presenciaban el incidente, rieron estruendosamente. El billarista se enteró después que el contenido de las palabras que le profirieron fue hiriente. Desde entonces, Vicuña compró un diccionario que devoraba todos los días para enriquecer su vocabulario y evitar ser nuevamente apostrofado.

Pero hay más, Vicuña se convirtió en uno de los personajes más peculiares de la Lima de los 50 y los 60. Se lucía por las calles del centro, convertido en un Dandy, muy enjoyado y con un abrigo piel de camello llevado sobre los hombros.

Patiño fue su émulo. Sus gastos estaban dirigidos al mejor lucimiento de su persona. Siempre elegante, enternado con casimires ingleses, corbatas italianas y pañuelo de seda en el bolsillo superior del saco.

Sus reporteros sabían que a Calo le gustaba el halago, de modo que solían expresarse en voz alta “¡Don Calo, que linda la exclusiva corbata suya…”. Su respuesta: “Ya Linares…almuerce usted conmigo…un par de chapas son mías…”.

Quien hubiera querido acercársele, bastaba decirle que él lucía “un fisicote”. Que tenía pinta de charro azteca, que semejaba a Pedro Infante. Otros, viéndole con el moño abundante y el bigotito muy bien recortado, le recordaban que tenía “un parecido con Sampietri”. En cualquier circunstancia, era apenas una semejanza, pues Patiño llegó en marzo de 1953 a Última Hora, en tanto que la popular “tira cómica” de Fairlie, apareció en el vespertino el sábado 9 de diciembre de 1950.

Disfrutaba de su soltería y en algunos viernes, invitaba a sus amigos cercanos a terminar la semana con unos tragos, en su departamento del jirón Ica cuadra seis. Era, como él calificaba a ese “sitial”, su “bungalow”.

Era un buen tipo. Aparentaba ser huraño, pero esa era una forma de defender su intimidad, su forma de ser, un solterón que cuidaba su soledad.

Es Justo.


*Periodista. Exjefe de informaciones de Frecuencia Latina, exjefe de prensa del Congreso de la República. Ha trabajado con suceso en diversos medios de Lima, entre ellos el entrañable diario Última Hora.